El verdadero sentido de saber orar.

“La práctica de esta oración debe comenzar al alba, con un acto de fe en la presencia de Dios que está en todas partes, y en Jesucristo, cuyas miradas no nos abandonan…”
Por. José Álvaro Cardozo Salas.
Cuando los apóstoles le pidieron a Jesús “Maestro enséñanos a orar” y él nos regala la joya de la oración madre de todas la oraciones el Padre nuestro, no solo nos enseña cómo hacerlo, sino la trascendencia de esta oración, supera todo lo que un hombre pide a su creador, y sé que hay muchos teólogos y predicadores que hasta libros han sacado de esta oración, desmenuzando cada palabra, cada párrafo, convirtiéndose en un verdadero tesoro para los que a diario acudimos repitiendo frase por frase hasta hacerla vida. Siempre que predico con la oración del padre nuestro me detengo en el “perdónanos nuestras ofendas como perdonamos a los que nos ofenden…” y me cuestiono en la capacidad de perdón que tenemos todos, en las 70 veces 7 que sugirió Jesús a Pedro al perdonar y lo que nos cuesta asumir este reto.
Tomando los escritos de Charles de Foucauld me encontré con estos puntos que comparto con ustedes para un valiente ejercicio de ponerlo en práctica, haciendo de cada instante en la vida un legado de oración permanente con nuestro hacedor.
1.- Hay que acostumbrarse a alimentar el alma con una simple y amorosa mirada en Dios y en Jesucristo nuestro Señor; y para este efecto hay que separarla dulcemente del razonamiento, del discurso, y de la multitud de afecciones, para mantenerla en simplicidad, respeto y atención, y aproximarla así cada vez más a Dios, su único y soberano bien, principio primero y fin último.
2.- La perfección de este camino consiste en la unión con nuestro soberano bien; y cuanto más grande sea la simplicidad, más perfecta será la unión. Es por lo que la gracia invita a simplificarse interiormente a lo que quieren ser perfectos, de forma que sean capaces de transmitir la alegría del Uno necesario, es decir de la unidad eterna.
3.- La meditación es muy buena en su momento y muy útil al comienzo de la vida espiritual, pero no hay que pararse ahí, pues el alma, por su fidelidad a mortificarse y a recogerse, recibe de ordinario una oración más pura y más íntima, la cual puede llamarse de simplicidad, que consiste en una simple visión, mirada o atención amorosa en sí, hacia cualquier objeto divino, bien sea Dios mismo o alguna de sus perfecciones, o Jesucristo y alguno de sus misterios, o alguna otra verdad cristiana. Prescindiendo el alma de su razonamiento, se sirve de una contemplación dulce que la mantiene apacible, atenta y abierta a las obras e impresiones divinas que el Espíritu Santo le comunica.
4.- La práctica de esta oración debe comenzar al alba, con un acto de fe en la presencia de Dios que está en todas partes, y en Jesucristo, cuyas miradas no nos abandonan… Este acto es producido o de una manera sensible y ordinaria… o es un siempre recuerdo de la fe en Dios presente que sucede de una forma más pura y espiritual.
5.- No hay que diversificarse para efectuar otros actos o disposiciones diferentes, sino permanecer simplemente atento a esta presencia de Dios, expuesto a su divina mirada, continuando así esta devota atención o exposición, mientras que nuestro Señor nos dará la gracia, sin afanarse en realizar otras acciones que las que nos son inspiradas.
6.- Hay que conservarse puro y libre en el interior… uniéndose a Dios frecuentemente, en encuentros simples y amorosos, recordando que estamos en su presencia, y que no quiere que nos separemos en ningún momento de él y de su santa voluntad: es la regla más básica de este estado de simplicidad; es la disposición soberana del alma: hacer la voluntad de Dios en todas las cosas…
7.- En fin, se terminará la jornada animando con esta santa presencia del examen, la oración de la tarde y al acostarse; y se dormirá con esta atención amorosa, interrumpiendo su reposo, cuando nos levantemos durante la noche, algunas palabras fervientes… como tantas voces y gritos del corazón hacia Dios.
Como verán es un bonito y especial método para iniciar el largo camino al encuentro con Dios, como lo diría el hermano Andrés Hurtado “A largos caminos; largas fidelidades” nos exige solo el darnos sin medida, confiar y ser fieles, aceptar la voluntad de Dios y ser dóciles a su llamado, esa es la ruta del alma al encuentro con su Dios y fundirse el amor al amado, en las bodas del cordero, como lo relata San Juan de la cruz, hoy es un buen día para empezar este trabajo, mi Dios nos acompañe.