Anatomía de la Persecución Política

“El acoso psicológico como estrategia de control en los espacios de participación juvenil”

Dahian Garcia Covaleda/ Consejera Municipal de Juventudes

Cuando se obtiene una credencial política, las expectativas son claras: ayudar a quienes te apoyaron, cumplir con los compromisos adquiridos, gestionar proyectos de impacto social, entender y aplicar la ley, modificar lineamientos políticos, entre otros desafíos. Sin embargo, en muchos casos, lo que no se anticipa es la posibilidad de vivir el acoso político. Este fenómeno, que puede parecer lejano, se convierte en una de las formas más devastadoras de violencia en el ámbito público.

La anatomía de la persecución política se construye sobre un conjunto de actitudes y prácticas sistemáticas que buscan destruir la integridad emocional, profesional y personal de quienes se oponen o representan una amenaza a los intereses de quienes ostentan el poder. Este tipo de acoso no se limita a ataques abiertos o visibles, sino que suele ser más sutil, invisibilizado en el día a día, pero igualmente destructivo. Es una violencia psicológica que, lamentablemente, muchas personas involucradas en política han experimentado, aunque varía en intensidad dependiendo del contexto y la madurez del espacio político.

En mi experiencia, el acoso político se caracteriza por un ataque constante y organizado, dirigido a deslegitimar, humillar y someter a un individuo. Este ataque suele ser ejecutado por uno o varios actores que buscan, en última instancia, eliminar cualquier forma de resistencia o competencia, basándose en intereses estrictamente políticos. A menudo se materializa a través de denuncias falsas, amonestaciones sin fundamento y otras tácticas destinadas a socavar la reputación del blanco elegido. No es solo una confrontación política, sino una lucha por destruir la moral y el espíritu de la persona atacada.

Lo más complejo de esta dinámica es que el acoso político se presenta de forma particularmente perniciosa en espacios como los consejos de juventud, donde los actores involucrados, generalmente jóvenes, aún están en proceso de maduración emocional y personal. Este entorno adolescente, donde se combinan ideales de cambio con una limitada experiencia en la gestión de conflictos, convierte el acoso político en algo aún más peligroso. Aquí, los ataques no solo buscan eliminar competidores, sino también invisibilizar a aquellos que se oponen, socavando su autoestima y su confianza en sí mismos.

El papel de la madurez emocional es fundamental. La madurez se adquiere principalmente a través de responsabilidades personales y sociales, pero muchos de los jóvenes que participan en estos espacios siguen viviendo con sus padres, lo que limita su capacidad para afrontar la presión y la responsabilidad de los cargos que ocupan. Esta situación crea un caldo de cultivo ideal para que surjan enfrentamientos innecesarios, y la priorización de lo personal sobre lo político se convierta en la norma.

En una ciudad distante, en un reino de todos para todos, existió un joven consejero que no solo buscaba dominar el subsistema de participación juvenil, sino que utilizaba humillación e intimidación como herramientas de control. Este personaje no solo pretendía imponer su autoridad, sino que se convertía en el villano para aquellos que no se sometían a sus intereses. Dos jóvenes fueron sus víctimas: uno aún en la escuela secundaria y otro, un amigo de la universidad. Estos chicos fueron objeto de ataques sistemáticos, que incluyeron burlas, acusaciones falsas y una serie de denuncias inventadas. El propósito de este acoso era claro: destruir no solo su reputación, sino también su moral y sus ganas de seguir participando en la política.

A menudo, nos preguntamos por qué hay tan poca representación en los espacios de participación política, especialmente de jóvenes. La respuesta es compleja, pero uno de los factores clave es que el acoso político es tan desgastante y humillante como cualquier otro tipo de acoso. Sin embargo, en este contexto, la víctima debe seguir mostrando una imagen de firmeza y resistencia, aunque por dentro esté completamente desilusionada y agotada. El espacio político, que inicialmente se pensó como una oportunidad para cambiar la sociedad, se convierte en un terreno de sufrimiento personal y emocional.

En ciudades como Ibagué, la arquitectura de la vigilancia no es solo una cuestión física. La ciudad cuenta con el Panóptico, una estructura diseñada para “vigilar y castigar”, como lo describió el filósofo Michel Foucault. El acoso político, en muchos aspectos, funciona de manera similar. El objetivo no es solo controlar, sino normalizar la sumisión y eliminar cualquier tipo de disidencia. El agotamiento emocional y psicológico que genera la persecución política puede llevar a las personas a renunciar a la política, desaparecer del debate público o simplemente invisibilizarse. Es una forma de exclusión silenciosa, en la que la víctima sigue siendo visible, pero su capacidad de acción es anulada por la presión constante y la agresión velada.

A pesar de todo, no todo es negativo. Muchos jóvenes eligen retirarse de la política porque no pueden soportar este tipo de persecución. No obstante, aquellos que logran resistir encuentran en su círculo de apoyo emocional la fuerza para seguir adelante. Estas personas creen en sus valores y en su capacidad para liderar de manera auténtica. En este sentido, aunque el acoso psicológico es destructivo, también hay quienes logran fortalecerse a partir de las experiencias difíciles.

Como bien dijo Foucault: “La dominación no se ejerce solo a través de la violencia; se ejerce a través de la normalización”. El acoso político no siempre se presenta como una agresión física directa, sino como un proceso más sutil de normalización del control y la sumisión, que despoja a las personas de su poder y les impide ser agentes activos de cambio en los espacios donde podrían marcar una diferencia.