Cristo lo hizo todo: La suficiencia de su obra redentora

Descubre cómo la obra de Cristo es suficiente para nuestra redención.

Edward Andrés Díaz Reina

Muchos piensan que pueden salvarse haciendo obras de misericordia, tales como dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, visitar a los enfermos, vestir al desnudo, visitar a los presos y ayudar a los más necesitados.

Por otro lado, algunos creen que para salvarse es necesario tomar una decisión de fe, bautizarse y cambiar su estilo de vida, esforzándose por cumplir la ley de Dios.

Lamentablemente, quienes piensan así han despreciado la gracia de Dios.

El apóstol Pablo, en su carta a las iglesias de Galicia, lo expresa de la siguiente manera:

“No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:21).

Dios manifestó su gracia a su pueblo en el Antiguo Testamento otorgándoles la ley. Así es. La ley entregada por medio de Moisés fue una muestra de la gracia de Dios para los hijos de Abraham. Solo a ellos les fue dada, para que aprendieran cómo debían vivir en la tierra prometida (Éxodo 19).

El propósito de esta ley no era salvar. Su función era exponer el pecado (Romanos 5:20; Romanos 7:7), para que los creyentes reconocieran su maldad, entendieran cómo debían comportarse delante de Dios y comprendieran la necesidad de un Redentor, porque toda la ritualidad de la ley hablaba de la obra del Mesías (Gálatas 3:22,24; Hebreos 9:9-14).

En el Nuevo Testamento, Cristo es la manifestación y la personificación de la gracia de Dios. Con su vida perfecta, obtuvo para su iglesia la justicia que necesitaba. Con su muerte en la cruz, bajo la ira de Dios, satisfizo la demanda de la ley que exigía la muerte del pecador. Con su sangre limpió para siempre los pecados de su iglesia. De tal manera que, hoy, no se requieren más ofrendas, obras o sacrificios por el pecado. La obra de Jesús fue suficiente para limpiar los pecados del pueblo de Dios y obtener la salvación.

Afirmar que las obras de misericordia, la decisión de fe, el bautismo o vivir en santidad son necesarios para ser salvo es decir que “por demás murió Cristo” (Gálatas 2:21) o que su muerte fue en vano. También es rechazar la gracia de Dios manifestada en la obra redentora del Hijo, anunciada por la ley.

Estimado lector, no has sido salvado por tus obras, por tu decisión de fe ni por vivir en santidad. Eres salvo porque, un día, el Padre te escogió, el Hijo murió por ti y el Espíritu Santo descendió sobre tu corazón, te dio el don de la fe y aplicó en ti la salvación que Cristo ganó en la cruz.

Si ahora te esfuerzas por ser santo y permanecer en la fe de Jesús, es porque el Espíritu Santo está obrando en ti, para que seas un reflejo de la gloria de Dios en el mundo. Así, cuando las personas te vean a ti y a tus obras, glorificarán al Padre (Mateo 5:16).

¡Que Dios te ayude!

Edward Andrés Díaz Reina
Comunicador Social y periodista
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