Cuidar la liturgia no es una obligación; es un deber.

“Donde se cumple la voluntad de Dios, allí está el cielo, allí la tierra se convierte en paraíso”

Por. José Álvaro Cardozo salas.

No hace mucho tiempo que asistí a una misa en una pequeña ciudad que me reservo el nombre para no herir susceptibilidades, todo empezó bien, hasta la homilía, que este buen sacerdote demoro un poco mas de lo habitual, 36 minutos en una misa de semana, que más pareciera un sermón o palco político, no me detendré en lo que dijo o no, ni es mi propósito criticar al padre en mención, al pasar al ofertorio como se dio cuenta del tiempo que había gastado demás en la homilía, decidió prender su mente en modo de fórmula 1 y leer a la velocidad de un volido. Ni hablar de la consagración que a mi juicio debe tomarse un buen tiempo, reposado, con calma. Este amigo terminado este paso, salto al padre nuestro, la paz, la comunión, y ni siquiera se tomó el tiempo de purificar, trasteo los vasos sagrados a la credencia, salió a toda prisa. Mas tarde me lo encontré en un restaurante con otras personas con que departía alegremente. Me acerqué a saludarlo y le pedí una cita para el día siguiente, que acepto gustoso; y yo más.

Al día siguiente más tranquilo, le hablé con cierta delicadeza, le expuse mi punto de vista con lo que había acontecido el día anterior, acepto con humildad, no se molestó, he tenido días pesados me dijo, la verdad me desarmo, traía la cuchilla afilada para despresarlo, pero al ver sus ojos aguados no tuve el valor para hacerle más recriminaciones.

Necesitamos encontrar un apoyo adecuado en la liturgia, en su orientación al Cristo resucitado. Si queremos decirlo de otra manera, afirmaremos que se trata de un ejercicio que nos capacita para asumir al otro con alteridad. Es esta una ejercitación en el amor. Este amor nos habitúa a dejar entrar en nosotros a Dios, el totalmente otro, a dejarnos raptar por él y configurar con él.

Procuro asistir a la misa diaria, me recreo viendo a Jesús en la persona del sacerdote revestido, oro por la santidad de su ministerio igual que a los santos diáconos, hombres de carne y hueso, débiles, carentes de afecto, que viven una soledad inimaginable, criticados, perseguidos, juzgados, muchos han caído porque nadie ora por ellos, y le buscan la caída, a eso se exponen, por amor a Jesús y a su iglesia. Se que pasamos por una crisis dura, implacable con vientos de purificación, que duele, y que nos ha causado una profunda división, seguramente muchos cometen pecados graves, pero es tan digna la gracia que ella basta para que el sacerdote transmita el querer de Dios en su iglesia.

Hace algún tiempo visitaba un sacerdote amigo en la cárcel, y lo que mas dolía era el abandono de sus hermanos sacerdotes, le consolaba llevar a Jesús en su pecho, y recordar que él también se hace preso por nosotros, aquella noche del jueves santo y hoy en cada sagrario del mundo. Los animo a adoptar un sacerdote, hacerse su amigo, su confidente y así no solo disfrutar de su compañía, sino ver en él, a aquel que tanto nos ama.