De la ecología y otros amores.

“Recorrimos muchos de estos sitios donde Dios habita, donde el silencio grita, donde te encuentras contigo mismo, y donde contemplar y callar es obligatorio”
Por. José Álvaro Cardozo Salas.
Algunos sabrán que soy ingeniero agrónomo, y como tal va muy ligada la profesión a la espiritualidad de Dios en la creación, desde pequeño cuando nuestros padres nos llevaban de paseo a la finca del abuelo Pablo Salas en Venadillo Tolima, pasábamos más de dos meses en las vacaciones largas y en las de mitad de año tan solo un mes. Frente a la casa grande de Palobayo pasa el rio Tataré, donde aprendí a caminar sobre las piedras calientes en el verano y peligrosamente resbaladizas en los inviernos, con sus aguas cristalinas, persiguiendo las cuchas y las totas (no se alarmen son pescados de rio, que se ocultan bajo las piedras), coger mangos, ir al ordeño a la madrugada, tomar leche calostro en totuma, montar a caballo, jugar futbol; eran unas experiencias que poco se olvidan. Lo que dejo mi abuelo fue una escuela de vida y de amor en familia, la casa tenía cerca de 16 habitaciones y tan solo dos baños, era una suerte encontrarlos desocupados, y ahí en ese ambiente de familia nos reuníamos más de 50 a 80 personas para las navidades. Era común ver la abundancia en la comida, que se cocinaba a leña, el sacrificio de reses, cerdos, gallinas y ovejos africanos (chivos) para alimentar ese batallón de visitantes.
El abuelo Pablo era de un corazón enorme, fue capitán de barco, comerciante, ganadero y finalmente médico, pero nunca fue a la universidad, la cruz Roja en 1970 le dio el doctorado honoris causa por su incansable amor a la medicina, a los pobres y sus descubrimientos en el tratamiento de la vena varice, a lo cual acudían cientos de personas que llegaban en buses desde distintos puntos de la geografía Tolimense, colombiana y alguna de Venezuela.
Para 1962 nos llegó la pavimentada de la carretera de Ibagué a Armero, pasando obviamente por el frente de la casa de Palobayo, un día llegaron dos ingenieros a proponerle al abuelo autorizar la tala dos árboles de Mango que impedían una recta en el nuevo trazado de la pavimentación, a lo cual él se opuso, de manera tal que nunca pudieron pavimentar un kilómetro de vía gracias a la terquedad de don Pablo. Ese valeroso hecho generaba entre los viajeros comentarios a favor y en contra, un hombre peleando por salvar dos árboles. Solo hasta su muerte en 1978 se pudo pavimentar ese kilómetro, con la condición de la familia de salvaguardar la vida de estos dos árboles que aún están ahí como testigos mudos de todos estos acontecimientos.
Cuando vine a estudiar agronomía a Ibagué con algunos amigos emprendimos la odisea de caminar por dentro del rio hasta llegar a su nacimiento en el parque natural de los nevados, este rio como el rio la china nacen en el nevado del Tolima, donde también con cierta frecuencia ascendía hasta sus nieves perpetuas, aprendí a amar los frailejones, los páramos, donde nace el agua que tanta falta nos esta haciendo, remontar los ríos es una experiencia inolvidable, más cuando se nos están secando por la tala indiscriminada de los bosques, la siembra de cultivos como la papa y los otros, las quemas, la ganadería intensiva por encima de la cota 2500 metros sobre el nivel del mar, tantos enemigos, que duele lo que está pasando.
Conocí en la universidad del Tolima a mi profesor de ecología, Gonzalo Palomino ya fallecido, sus prácticas en los sitios claves como el desierto de la Tatacoa en el Huila, los nevados, las hidroeléctricas sobre el rio la magdalena, la lucha constante contra el uso indiscriminado de plaguicidas que en los años 70 a 80 con el auge del cultivo de algodón, provocaron efectos gravísimos como la aparición de mujeres abortando, niños con paladar hendido, malformaciones de los fetos, y un olor inolvidable al Espinal (por el olor a pesticida) estos hechos llevaron a tomar una conciencia mucho más condescendiente con el medio ambiente.
Con el Hermano Marista Andrés Hurtado García recorrimos muchos de estos sitios donde Dios habita, donde el silencio grita, donde te encuentras contigo mismo, y donde contemplar y callar es obligatorio. Cómo no nombrar a la guerrera Gloria Beltrán asidua leyente de estas columnas y sus luchas por salvar el Oso de Anteojos y las aves migratorias llamadas las “cuaresmaras” que venían desde Canadá hasta la Argentina y de paso paraban a comer en los páramos del nevado del Tolima y que los cazadores de aves se deleitaban matando esos animalitos. Una vez cazaron una de estas y en sus alas llevaba un GPS, y dentro de un dispositivo que estaba atado a una de sus patas, pedía que si encontraban esta ave enviaban información, al poco tiempo llego del Canadá la historia de los viajes y recorridos que habían hecho estas viajeras antes de ser cazadas, que criminal fue esto, nunca lo olvido. Como no olvido el deseo ferviente de acabar con toda la creación por algunos pocos, y que ahora estamos padeciendo las consecuencias. ¡Que Dios tenga misericordia de nosotros ¡