El Escandaloso Robo de Oportunidades

¿Cómo se esconde la información y se traiciona a los jóvenes de esta ciudad?

Dahian García Covaleda

El acceso a la información es una de las claves fundamentales para la democracia y el ejercicio pleno de los derechos ciudadanos. La frase “quien tiene información, tiene poder” resuena con fuerza en los contextos donde se limita el acceso a datos esenciales para la toma de decisiones y el bienestar colectivo. En espacios donde se oculta deliberadamente el conocimiento sobre acuerdos, consensos o propuestas diseñadas para resolver problemáticas sociales, se está ejerciendo una forma de control que, lejos de ser transparente y justa, genera desigualdades profundas. Este fenómeno, que el sociólogo Pierre Bourdieu denomina “violencia simbólica”, está presente en los mecanismos de exclusión informativa que perjudican a quienes no cuentan con los recursos o las oportunidades para acceder a lo que se decide en esferas de poder.

Un claro ejemplo de esta violencia simbólica se puede encontrar en la situación que describo a continuación, vivida en un contexto local en 2022. En ese año, el alcalde de la ciudad, en cumplimiento de sus promesas, entregó una serie de herramientas a los consejeros de juventud. Dichas herramientas incluían pasajes de bus, acceso a formación de educación superior, y la entrega de herramientas digitales en calidad de comodato, entre otros. Sin embargo, este documento con las medidas no fue socializado con el subsistema de participación juvenil. A pesar de la importancia de los recursos otorgados, los jóvenes nunca tuvieron conocimiento de su existencia y, por ende, no pudieron hacer uso de ellos. Este hecho nos llevó a descubrir, en el año 2025, que se nos había condenado al olvido, a vivir sin las herramientas que podrían haber permitido un trabajo más impactante y eficaz.

El acceso a la información, o la falta del mismo, tiene implicaciones profundas en la capacidad de los individuos para actuar, para influir en su entorno y para acceder a los beneficios que, en teoría, están destinados a todos. La persona encargada de informarnos sobre la existencia de este documento no sólo ocultó la información de manera intencionada, sino que también actuó con un cinismo palpable al sugerir a la mesa directiva realizar una acción de cumplimiento para exigir lo que se nos había debía, cuando él mismo ya había utilizado las herramientas a su favor.

Este acto no es solo una falta de ética, sino que refleja la dimensión simbólica del poder, que Bourdieu describe como un poder que se ejerce no mediante la fuerza, sino mediante la invisibilización de ciertas realidades. Para Bourdieu, la violencia simbólica no se refiere solo a la opresión que se realiza a través de palabras o gestos, sino también a aquellos actos que, de manera más sutil, mantienen a los individuos en la ignorancia sobre los elementos que les permitirían mejorar su situación. En este caso, el acto de ocultar el acceso a los recursos no fue solo una omisión, sino una forma de excluirnos de los beneficios que eran parte de un acuerdo establecido para mejorar nuestras condiciones.

Este tipo de situaciones nos lleva a reflexionar sobre cómo se manejan los recursos en nuestras comunidades y cómo, muchas veces, el acceso a la información se convierte en un privilegio que no todos pueden disfrutar. Aquellos que tienen el control de la información no solo mantienen su posición de poder, sino que perpetúan un sistema de exclusión. Mientras unos pocos acceden a lo que les corresponde, otros quedan en la penumbra, condenados a no conocer sus derechos y oportunidades. La violencia simbólica, entonces, es un mecanismo invisible pero efectivo de control social.

El caso mencionado pone de manifiesto que no basta con ofrecer recursos o promesas. Es fundamental que haya un proceso transparente de socialización de la información y de empoderamiento de los individuos para que puedan ejercer sus derechos plenamente. Si no se garantizan estos aspectos, el sistema democrático pierde su esencia, pues lo que se promueve no es la participación igualitaria, sino una simulación de acceso que sólo beneficia a aquellos con poder para hacer uso de la información.

La violencia simbólica, por lo tanto, no solo se manifiesta en el discurso o en la apariencia, sino también en las acciones concretas que impiden que los individuos tengan el acceso necesario para construir una realidad que refleje sus intereses y necesidades. La información es un poder que no puede ser restringido ni escondido para el beneficio de unos pocos. Solo cuando todos los actores sociales tengan el mismo acceso al conocimiento y las mismas posibilidades de actuar, podremos hablar de una sociedad verdaderamente democrática.