El Lobby Político:

Una Reflexión Sobre la Ética en el Ejercicio del Poder

Dahian Garcia Covaleda Consejera Municipal de Juventudes

El lobby político, una práctica frecuente en los pasillos del poder, no siempre es comprendida en su totalidad por la ciudadanía. Para muchos, el término evoca imágenes de conversaciones privadas en las “antesalas” de los grandes edificios, lejos de la opinión pública y de las normas escritas. Sin embargo, este fenómeno no es exclusivo de las altas esferas del poder. En muchos ámbitos, especialmente en el entorno político juvenil, se dan situaciones que, aunque carezcan de la magnitud de las decisiones nacionales, reflejan dinámicas similares, cargadas de negociaciones, alianzas y vacíos legales que favorecen a los más astutos.

Recuerdo una ocasión en la que vi a un joven político con un libro en las manos: “El Príncipe” de Maquiavelo. Aunque no voy a mencionar su nombre para evitar sumarlo a un largo historial de procesos judiciales, este detalle es significativo, pues ilustra cómo, incluso a una edad temprana, este joven ya manejaba con destreza las tácticas maquiavélicas en la política. Sus compañeros, aún en sus inicios, preferían alejarse de él, pues su pragmatismo y las “formas” que empleaba no se ajustaban a lo que muchos considerarían ético. Ya había aprendido las viejas mañas de la politiquería tradicional, esas que los jóvenes critican con fervor, pero que muchos terminan adoptando cuando se enfrentan a la dura realidad del ejercicio del poder.

Al hablar de lobby, lo primero que viene a la mente es la imagen de una sala de espera en un hotel o un edificio institucional, pero rara vez lo relacionamos con una táctica política deliberada. Sin embargo, nuestra democracia, lejos de ser un sistema transparente y sencillo, está plagada de reglas no escritas y prácticas que muchos consideramos “ilegales”, pero que en la práctica se siguen ejecutando, a menudo con total impunidad. Un claro ejemplo de esto es la estrategia de conseguir votos fuera de los espacios establecidos por los reglamentos internos de los cuerpos colegiados, un recurso que algunos usan para obtener poder y beneficios para grupos específicos.

Mi experiencia personal en el consejo de juventud ilustra cómo estas dinámicas funcionan. Un grupo de 10 representantes decidió utilizar los vacíos legales en la “Ley de Bancada”, una estrategia que permitió que un voto del comité ambiental se trasladara a nuestro lado, al ofrecerle un espacio en la mesa directiva. Esta negociación, aparentemente simple, fue posible debido a un error político, el comité ambiental excluyo la participación de este líder en la distribución de poder, lo que generó un voto en nuestro favor. A pesar de que este tipo de maniobras se perciben como una violación de principios éticos, en el contexto político, pueden ser vistas como una forma legítima de asegurar mayoría.

En los consejos de juventud, donde no se manejan presupuestos ni se colocan altos cargos en las estructuras ejecutivas, la tentación de jugar al “juego del poder” es fuerte. Los jóvenes, aunque carecen de la misma influencia que los parlamentarios, muchas veces buscan emular sus prácticas, intentando obtener un poder que aún no tienen. Yo misma aprendí lo que es el lobby político en la práctica, buscando votos entre mis compañeros para aprobar el reglamento interno, la mesa directiva y otros acuerdos obligatorios de acuerdo con la ley de ciudadanía juvenil. Sin embargo, ¿existe un manual para negociar votos o para adquirir poder? La respuesta, lamentablemente, es no. El ejercicio de la política, especialmente el arte de negociar y ganar influencia, no tiene una receta fácil. Se trata, más bien, de aprender observando y escuchando, de captar las señales de lo que se puede o no se puede hacer en cada situación.

Este aprendizaje se vuelve aún más complejo cuando consideramos las estrategias más cuestionables que algunos emplean. Un actor clave en mi experiencia política fue un joven que, con el tiempo, nos enseñó a usar los recursos legales de manera hermenéutica. Si alguien te cae mal, basta con abrirle un proceso ante la Procuraduría, la Fiscalía o la Personería Municipal. Usando un discurso seguro y convincente, puedes interpretar la ley a tu favor, moviendo piezas a tu antojo. Este tipo de tácticas, aunque legales en algunos casos, se alejan de la ética política y crean espacios donde el poder no se distribuye por méritos, sino por el control de las “puertas traseras” del sistema.

Como dice el historiador y filósofo Pierre Rosanvallon: “Yo soy representado a medida que participo en la democracia”. Si los jóvenes no se involucran activamente en los procesos políticos y se conforman con ser simples espectadores, el resultado será una política cada vez más alejada de sus intereses y necesidades. La ética en el ejercicio del poder no es solo un debate académico, sino una responsabilidad que debe empezar a ser asumida por todos los actores del sistema político. Si no comenzamos a cuestionar estas prácticas, corremos el riesgo de perpetuar un círculo vicioso de desconfianza y descontento que permea las bases mismas de nuestra democracia.

Este análisis no pretende ser una condena absoluta del lobby político, sino una invitación a reflexionar sobre cómo podemos mejorar nuestras prácticas y garantizar que, más allá de las tácticas, prevalezca siempre el respeto por los principios democráticos. Solo así lograremos una política que no sea solo efectiva, sino también ética y transparente.