El olor a Cristo.

“Cristo sigue hoy presente en todos estos, que nos incomodan, nos fastidian con la pedidera de dinero, o comida, o delinquiendo, olvidamos el rostro de Cristo que se hace presente en cada uno de estos abandonados”.
Por José Álvaro Cardozo Salas.
He sido un asiduo leyente de las biografías de santos, me gusta la historia y también me he leído libros de hombres y mujeres que de alguna forma han dejado una huella imborrable para bien o para mal en la humanidad, Napoleón, Bolívar, Nietzsche, las crónicas de Castro Caicedo, García Márquez, Isaac, en fin la lista se hace interminable, de los santos ni se diga, de todos los que he leído me conmueven las personas que lo han dado todo por otros como; Maximiliano Kolbe, el cardenal Vhan Thuan, los libros del martirio de los primeros cristianos, San Agustín, san Buenaventura, pero hoy quiero recrearme en San Vicente de Paul, fue un presbítero nacido en la ciudad de Puoy, actualmente Saint Vincent de Paul, localizada en los Altos Pirineos, en Francia, a finales del siglo XVI. como sacerdote de Jesucristo con tan solo veinte años, en la Universidad de Toulouse. Mostró un carácter de paciencia y humildad, que lo hicieron muy apreciado por los ciudadanos de estas ciudades. No me detendré en su vida sino en su legado que al resumir queda en dos pilares, la formación de los sacerdotes en los seminarios y los pobres.
Hace unos 30 años cuando vivía en Ibagué con algunos amigos y sus familias salíamos los viernes después de las 11 pm por las calles del centro de la ciudad, llevábamos algo de comida, café, chocolate, pan, huevos duros, y los repartíamos a los habitantes de calle, también compartíamos analgésicos, desinflamatorios, jarabe para la tos y cosas de este tipo, más que llevarlos era escucharlos, compartir con ellos un rato. Cierta noche uno de ellos nos dijo que había otros que habían pasado hacia pocos minutos haciendo lo mismo. Hicimos el esfuerzo de alcanzarlos y lo logramos, eran un grupo de personas que hacían lo mismo, pertenecían a una iglesia protestante llamada “Ejercito de salvación” con ellos el pastor un hombre muy querido amante de los pobres y de la palabra de Dios, hicimos una gran amistad, fruto de este encuentro nació la idea de darles a los habitantes de calle un plato caliente de comida, recibió el nombre de “La sopita” mi amigo Fernando Guevara coordino por muchos años este comedor, que día a día alimentaba 150 indigentes (hombres y mujeres), que se agolpaban en un solar del parque López de Galarza de la ciudad.
La obra fue muy apoyada por el comercio de Ibagué, algunos solidarios anónimos, que daban su granito de arena, pero a la vez perseguida por muchos que veían los desordenes en la calle que estas personas, que a veces llegaban borrachos o drogados, las normas eran claras, lavado de manos, oración y limpieza de los utensilios, platos y cubiertos, dejarlos listos para el día siguiente, llevamos muchos invitados que veían con compasión alimentar a tantos “desechables” como los llamaban en aquellas épocas, ahí aprendí a identificar el olor a Cristo, también vi la mezquindad de algunos de los habitantes de la vecindad cuando enviaban cartas a la alcaldía, policía, para que acabáramos el restaurante, varias veces toco mover la Sopita, hasta que no nos dejaron continuar. Aquí en agua de Dios donde están los leprosos, en las invasiones, en la 22 la calle de prostitución de Bogotá, la calle del Bronx donde conocí el olor de la indigencia, del tufo, la ropa sin lavar por semanas o meses, los excrementos que en la gran mayoría se hacían sin asearse. Oler a Cristo es oler la realidad del ser humano, del desprecio, del abandono, de la degradación de las familias y del ser humano que camina trashumando las calles, las carreras. Como olvidar la horda de migrantes que pasaron por nuestros pueblos y ciudades, y pocos hicieron algo por ellos, millones quizás que peregrinaban con niños, adultos mayores, sin baño, ni comida, a la intemperie. En apartado camino al atlántico vi cerca de 8000 migrantes abarrotados en Carepa, Chigorodó, camino a Panamá para pasar por la frontera buscando ir al país del norte.
Cristo sigue hoy presente en todos estos, que nos incomodan, nos fastidian con la pedidera de dinero, o comida, o delinquiendo, olvidamos el rostro de Cristo que se hace presente en cada uno de estos abandonados, olvidados, viviendo en la miseria y que san Vicente de Paul llamaba el olor de Cristo.