El pacífico colombiano: un pedacito del cielo en la tierra.

“Mi experiencia de Dios en esta zona fue inolvidable, contemplábamos las noches estrelladas donde la bóveda del cielo se lucia en su esplendor” ...

Por José Álvaro Cardozo Salas.

Conozco el pacífico Colombiano desde mi niñez, mi padre trabajaba en la Cacharrería Mundial, y una de sus zonas de trabajo era la costa pacífica, en las largas vacaciones del calendario B cuando vivía en Cali, hacia que mi madre me endosara a mi padre para que me llevara a estos recorridos, eran dos semanas en una lancha recorriendo desde Buenaventura hasta Barbacoas cerca a Tumaco, en un recorrido de pueblos ricos y a la vez pobres, pasando por Guapi, el Charco, Iscuande, bocas de Satinga, San Juan de la costa, Timbiquí, Mulatos y la isla de Gorgona desde cuando fue prisión, mi padre la visitaba una vez cada 6 meses, en cada pueblo un día a lo sumo dos. La pobreza y la falta de recursos han dejado en el olvido toda esta región. Desde finales del siglo XVIII llegaron muchos barcos con Italianos, Franceses, Españoles, Sirios, buscando el oro y el platino de esa región, conocí a varios de sus descendientes los Maglione, los Martan, los Menucci, los Pugliese, en mis últimos viajes, mi padre me dejo en Guapi (Cauca) donde mi amigo Ernesto Martan (q.e.p.d.) con el paseábamos por los esteros, los aserraderos, los manglares, perseguíamos las conchas o pianguas, langostas, recorríamos el rio guapi que en la mañana iba de bajada hacia el mar, y en la tarde subía por efectos de la marea y curiosamente se venía en reversa, comimos guagua, marrano de monte o Jabalí, culebra, ratón de monte, armadillos y cuantos animales silvestres habían, pescado de rio y de mar, se negociaba al trueque, el oro, la madera que salía para Cali y Popayán.

Mi experiencia de Dios en esta zona fue inolvidable, contemplábamos las noches estrelladas donde la bóveda del cielo se lucia en su esplendor, la selva, los ríos transparentes, donde les juro que le gustaría a uno morirse, en julio y agosto el paso de las ballenas jorobadas una belleza indescriptible, grandes cascadas, en caídas que forman pocetas donde nadar se convertiría en una experiencia casi paradisiaca. De las que recuerdo fue en las islas de mulatos, colonizadas por europeos; blancos como la leche, tirando a albinos, frente a ella la isla prisión gorgona, una pequeña isla de dos kilómetros de largo por una de ancho, con 42 quebradas de agua dulce, y una pequeña playa blanca donde aterrizaban pequeñas aeronaves, culebras de las mas venenosas por doquier, una cascada y una pequeña montaña, todo tan bello en tan poquito, conocí a Malpelo donde hace 8 años desapareció un amigo de la infancia Carlos Alberto Jiménez que era buzo, después de más de 20 días de búsqueda; nunca lo encontraron.

De esta bella experiencia donde deje grandes amigos, queda la belleza de la creación de Dios que se recrea en cada una de las personas tan queridas, las de piel negra como la noche y de sonrisa tan blanca como la luz del día, cargado de paisaje, abandono, tragedia y a la vez esperanza, hoy me duele ver el sufrimiento de sus habitantes que a pesar de todo mantienen sonrientes, felices, la falta de universidades, industria, empleo que ha traído como consecuencia el aumento de cultivos ilícitos, de trafico de armas, de grupos insurgentes de todos las ideologías, como duele el pacífico, su arena negra que es otra de las hermosas realidades, como lo dirá Ismael Rivera en su canción Las caras lindas de mi gente negra. Ni hablar de la gastronomía, que a mi humilde opinión es la mejor de Colombia, y que decir de la música, las marimbas, las chirimías, todo ese ancestro esclavo de las negritudes, con las indígenas propias de esta zona.

En 1976 estando en Buenaventura (también de vacaciones), con un amigo piloto de mi padre me invito  a llevar un funcionario de Ministerio de justicia a la isla Gorgona, era un viaje de ida y vuelta, de tres hora de ida y 2 de regreso, mi padre acepto y con su permiso me subí en la mojarrita (así llaman a los aviones de un motor y de 4 pasajeros) durante este viaje se ve la espesa selva, los ríos desembocando al mar, los barcos pesqueros y las lanchas rápidas, los manglares, aterrizamos sobre las 9:30 am y después de un suculento almuerzo con pargo rojo y patacón, al regresar la avioneta no prendió, se había averiado el alternador, nos quedamos varados, como no había ni celulares ni fax nos tocó esa noche enviar en el barco de Gorgona a Buenaventura la batería y el alternador, apenas escribí una nota a mi padre, el recibió los repuestos en la tarde del día siguiente, fueron enviados a Bogotá, donde no solo repararon la pieza dañada sino que enviaron uno nuevo, dos días después regreso al puerto y esa misma noche a Gorgona, 5 días en esos ires y venires, y yo sin ropa, pero feliz buceando, comiendo y disfrutando de la creación en ese bello pacifico, olvidado y a la vez exótico, meditando que estaría pensando Dios cuando creo este bello oasis, la vida nos transcurrió sin los adelantos de hoy, y fuimos muy felices, como lo somos ahora; los que tenemos el mundo en nuestras manos a un clic, pero confiados que Dios tenia el control de nuestras vidas.

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