Existe gente que nos apaga el brillo.

Generalmente, después de la muerte de un ser querido, terminar una relación sentimental o tras la frustración por algún proceso no concebido, nuestra percepción de nosotros tiende a transformarse. Mientras el mundo sigue, nos esforzamos en mantenernos estáticos en última emoción. Esta también es una invitación a comprender todas las etapas del duelo.

Por: Juan David Orozco.

Durante todo el fin de semana pasado estuve pensando en la pregunta “¿Acaso existe gente que es capaz de apagarnos el brillo?” Luego, me imaginé en la 66 de Perry Street del West Village, en Manhattan, escribiendo una columna para el New York Star. Pensé en eso porque no sé cuántas veces me he “apagado”. Yo, que soy un podcast ambulante, tan escandaloso como el sol de medio día y tan bulloso como una locomotora, pero de un metro con setenta centímetros, he permitido que eso que soy cambie tras la ruptura – o incluso antes – sin darme cuenta.

Después de tanto pensarlo, no llegué a muchas conclusiones alentadoras. Aunque parezcan ideas nihilistas, debo decir que no son exactamente mías. Resulta que hace unos meses, uno de mis grandes amigos terminó una relación en la que él había apostado todo; nos rompió el corazón como a seis personas (si se me permite ser cliché). Nunca antes lo habíamos visto tan feliz por y con alguien, dado a esto siempre lo alenté a vivir ese sentimiento sin pensar que un par día estaría pensando ¿Es acaso el amor un campo de batalla? Lo sé, mis referencias cinematográficas son muy malas, pero qué puedo decir, tengo treinta años y aun no soy coqueto o próspero.

La conclusión inicial a la pregunta sobre el brillo fue que sí. Una de las noches en que acompañamos su despecho, nos preguntó sobre si su brillo se había apagado; todos apuntamos a decir que sí. Yo sinceramente no sé a qué se refería – o nosotros – con el “brillo”. ¿Cómo reconocemos si tenemos un brillo o – mejor aún – el brillo en las otras personas? En este mundo tan superficial y tan volátil, ya uno no sabe bien la respuesta a preguntas tan nihilistas. Yo pensé que, si podía anotar algún comentario esa noche, hubiese dicho que a menos de que la otra persona sea dermatóloga, no apagaría mi “brillo”, ya que tengo la piel grasosa. Quizá ese sea mi brillo: ser espontáneo, gracioso, imprudente y mal hablado.

Lo que sí entendí después fue que a él si le apagaron su brillo hace unos meses. Ya no habla con el mismo ánimo de sus planes a futuro, ni con emoción sobre el presente, también volvieron los resentimientos del pasado, pero sí anoté en decirle que no por parecer lámpara vieja, que titilea y alumbra poco, nosotros lo mandaríamos al cuarto de los trastes viejos. Hay muchas razones por las que una persona deja en pausa quien es, pero un verdadero amigo es capaz de entender que puede pelar cable y hacer chispa para que funcione de nuevo.

Esas conversaciones sobre el brillo – porque fueron varias – me hizo reflexionar de nuevo sobre mi idea del perdón y el arrepentimiento. Algunas veces, después de intentos fallidos de relaciones imaginé la venganza, siempre como una forma de extrapolar y no asumir responsablemente el dolor. Sobre el duelo, diría Chimamanda Ngozi Adichie que, “el duelo es un tipo de educación cruel. Aprendes cómo de despiadado puede ser el luto, lleno de ira. Aprendes cómo te hacen sentir las condolencias poco sentidas. Aprendes cuánto tiene que ver el duelo con el lenguaje, aferrándose al lenguaje y fracasando el lenguaje” (2021). El duelo siempre me incitó a resolver la duda sin perdón, pero después de muchos años, de un par de tantos fracasos, también soy consciente de que tampoco se puede ser esclavo del odio a una persona que le da igual que uno lo odie.

También hay otros tipos de duelo que hay que aprender a gestionar: cuando murió mi mamá, sentí que nadie era capaz de entender mi pérdida, que cualquier cosa que decían era insuficiente, me llegué a sentir muy insuficiente. No puedo comparar el dolor de una ruptura amorosa, con el fracaso en un proyecto o la muerte de un familiar, pero entiendo bien que como procesos de duelo son necesarios de vivir en todas sus etapas. Él durará un buen tiempo en la ira, porque la menos ya lo acepta.

Mientras él negocia con sus emociones, nos queda a los demás – aquella familia que elegimos – en seguir titilando a punta de vallenatos viejos, sentados en la misma mesa del bar de siempre, escuchando un par de veces más las historias de fracaso, los consejos que entran por un lado y salen por otro, viviendo la depresión del abandono. Lo que sé, es que algún día ese brillo suyo volverá y ya no habrá necesidad de cantar más hojas en blanco, pero servirá, como recomienda Paul Auster, a contar, porque no hay experiencia que sirva más para un libro o una historia, que aquella que fue sufrida, que aquella que fue querida, que aquella que fue aceptada.

Sobre el brillo ¿Qué es el brillo? ¿Cuándo lo perdemos? ¿Cuál es nuestro brillo?