La encarnación; el acto más sublime de Dios.

“María en tal caso sería la primera “cristiana” decidida a vivir en virginidad por el Reino. José, a su vez, sería el segundo, tras la misión que recibió él mismo”

Por. José Álvaro Cardozo Salas.

Ustedes me van a perdonar, pero el tema de la virgen María es inagotable, y no quiero perder la oportunidad para ahondar en el misterio de su amor incondicional y la plena disposición al plan de Dios como un bello instrumento en la redención del mundo, a través del misterio de la encarnación, en otros escritos veíamos los dogmas, el señorío, la dulzura, la compañía, su Fiat…en fin.

María, en y por su Maternidad Divina, no tiene solamente una relación privada con la persona del Verbo encarnado; sino ocupa en la historia de la Salvación una posición esencial, única y decisiva.  La vocación de María a participar plenamente en la obra liberadora de Cristo: es para transformarnos, pero en función de la comunidad cristiana. Es así pues María la primera evangelizada: desde el anuncio del ángel hasta la consumación de su vida recibe la buena nueva sobre quién es su Hijo, y se va transformando ella misma por la fe para ser a su vez, como Madre que acepta la misión que le encomienda el Padre, evangelizadora de la Iglesia. María acogió plenamente por la fe la gracia del Señor y colaboró apostólicamente con su Hijo para comunicar a la comunidad cristiana esa gracia liberadora. María comenzó a ser evangelizada, cuando recibió el anuncio del ángel: “La vocación es ‘buena noticia’, es ‘evangelio’, apertura de horizontes que Dios, en su Hijo, ofrece al hombre”.

En la descendencia de Jesús se descubre, cómo Yahvé lleva adelante sus planes salvadores de su Pueblo a pesar de las debilidades y fallas humanas; y además cómo Jesús perteneció a una raza verdaderamente pecadora, viniendo del linaje de David. Esta historia llega a su cumbre en María y en su Hijo Jesucristo.

El Concilio Vaticano II afirma: “Bajo esta luz (la figura de la Mujer Madre del Redentor) aparece ya proféticamente bosquejada en la promesa de victoria sobre la serpiente, hecha a los primeros padres caídos en pecado” (LG 55; cf. RM 7b).

Eva ha sido vencida por el pecado; María, en cambio, lo vence por aquél que ella ha engendrado. María es grande solo en el sentido del Evangelio: en cuanto al humilde servicio que por su maternidad libremente acogida presta a la obra de su Hijo. Mateo y la Iglesia han visto en Jesús nacido de la Virgen María el cumplimiento de la profecía de Isaías 7,14 “Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.

El fruto del seno de María es el cumplimiento de la promesa a Abraham, que se realizaría por Isaac. La fe de María, como la de Abraham, su padre, acoge sin reservas el plan divino, y se pone enteramente a su disposición sin condición alguna. Así se reconoce una mujer pobre, cuya única grandeza es ser la sierva del Señor, dispuesta a servirlo en la entrega total en favor de su Pueblo. María representa igualmente, en Lucas, al Israel que se abre a la salvación mesiánica. María es así la figura de la Iglesia. María no conoce totalmente todo cuanto significa su misión, aunque intuye su grandeza, superior a su pequeñez. Pero entonces “el Señor está contigo” no significa nunca la posesión intimista de Dios para sí mismo, para conservarlo en la propia alma. Tiene siempre un peso eclesial: “Dios está presente para asistir el fiel al cual se le confía una obra que interesa a todo el pueblo elegido. (…) No describe la historia de un alma sino más bien la historia de un alma al servicio del Israel de Dios”

Como se los advertí desde el comienzo no se terminará de escribir el misterio de la encarnación en el plan de Dios, nos queda con su ejemplo estar plenamente disponibles a las cosas del cielo, teniendo en cuenta que desde que se fijó en nosotros quiere que le sirvamos en su plan de redención a la salvación de la humanidad, bendita María y Jose, que entendieron claramente la voluntad divina.