María y la eucaristía.

“La unión íntima en la carne, del Hijo de Dios hecho hombre en María, se prolonga en la Eucaristía”.
Por. José Álvaro Cardozo Salas.
Continuando estas reflexiones sobre los dogmas marianos, hoy me centrare en María y la eucaristía no existe unión más perfecta que la del Señor con su Madre porque no existe santidad mayor de una creatura humana que la de la Virgen Madre. La unión íntima en la carne, del Hijo de Dios hecho hombre en María, se prolonga en la Eucaristía. Ella es la Madre del Verbo Divino encarnado en su seno. Ella es la primera adoradora, Ella es el Modelo y la Madre de la Iglesia. Ella es la Mujer de la Eucaristía.
En los Evangelios nada se dice sobre la presencia de la Madre del Señor en la Última Cena. Sin embargo, sabemos -porque está en las Escrituras- que María estaba presente en el Calvario y que después de la Ascensión del Señor se reunía con los discípulos para orar en la misma sala alta de la Última Cena. A partir de entonces, ciertamente estaba Ella también presente en las celebraciones de la Eucaristía -llamada «fracción del pan” (Hch 2:42)-, como nos lo refiere san Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Nuestra imaginación no puede alcanzar ni remotamente cómo habrá sido la participación de la Santísima Virgen en la celebración eucarística ni, con mayor razón, cómo vivía la sagrada comunión. Sí es posible, en cambio, recrear el gesto corporal de adoración cuando recibía el Cuerpo de su Hijo en la comunión sacramental. En ese sentido resulta inspirada la del místico momento que se puede admirar en el sagrario de la cripta de la Basílica del Santísimo Sacramento de Buenos Aires, donde se ve a Nuestra Señora, arrodillada, recibiendo en la boca la Sagrada Comunión de manos de san Juan Apóstol.
Cuando la Santísima Virgen escuchaba que los apóstoles pronunciaban las palabras de su Hijo de la Última Cena en la celebración de la “fracción del Pan”: “Esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros” (Lc 22,19), sabía Ella que ¡era el mismo cuerpo que había concebido en su seno! Para María, recibir la Eucaristía debía de significar acoger de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado a los pies de la Cruz. En la Eucaristía, tenemos el mismo cuerpo nacido de María la Virgen. La carne y la sangre que nuestro Señor recibió de su Madre está en la Eucaristía. Este es el aspecto, contemplado desde la antigüedad, inmediatamente perceptible de esa “relación profunda” entre la Virgen y el misterio eucarístico. Es por ello que san Agustín acuñó la expresión “la carne de Cristo es la carne de María.” Santo Tomás de Aquino escribe en los himnos de Corpus, “este cuerpo nacido de un vientre generoso.” María anticipo, en el misterio de la Encarnación, la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte en «tabernáculo» vivo en el cual el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, permitió ser adorado por Isabel, irradiando su Luz a través de los ojos y la voz de María. El santo Papa Juan Pablo II, meditando el nacimiento del Señor dice en Ecclesia de Euchatistia (n. 55): “¿Y no es la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos el inigualable modelo de amor, que ha de inspirarse cada vez que recibimos la comunión eucarística? Podríamos decir que lo que para nosotros es sobrenatural era connatural a la Virgen. Y porque era inhabitada de la plenitud de la gracia poseía una “plenitud de fe”. Por tal motivo, ninguna otra criatura pudo ni podrá jamás tener un conocimiento y una comprensión tan elevada del misterio eucarístico como lo tuvo la Madre del Señor. Baste pensar en el hecho de haber experimentado en sí misma la concepción virginal del Hijo de Dios. Por el vínculo estrechísimo entre la Encarnación del Verbo y la Eucaristía se deduce que la Virgen ha practicado su fe eucarística antes incluso de la institución del augusto sacramento.
Por esto y muchas razones más es inevitable pensar en ella mientras comulgo, mientras él está en mí, por unos escasos minutos, quisiera como lo hizo con ella que permaneciera en mi hasta la próxima comunión, comer el cuerpo de cristo me configura con él, pero también con ella, ya que su cuerpo pertenece al cuerpo maternal de su madre, sus genes, su ADN, su esencia, comer a Cristo es comer a María, a su historia, a la iglesia incluyendo los santos que ofrendaron su vida en la sangre del martirio, que felicidad que podamos comulgar, estar en la intimidad de nuestro ser con el creador, porque querámoslo o no, somos hechos a su imagen y semejanza.