Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles.

“De esta forma Jesús se convierte para mi gracias a la acción del Espíritu Santo en sacramento, en causa de mi salvación, en cerradura del infierno, en freno de mi destrucción”
Por. José Álvaro Cardozo Salas.
Celebramos anoche la vigilia del Espíritu Santo o bien llamada vigilia de pentecostés, esta tradicional fiesta judía también llamada de las cosechas, donde se llevaban al templo las mejores ofrendas; las “primicias” lo mejor de lo que cada uno hacía, es lo que da sentido a esta fiesta. Los apóstoles como bien lo narra el libro de los hechos estaban llenos de miedo, escondidos con el temor de ser pasados por la espada de los romanos. Esta venida justo el día del Pentecostés hace grandiosa la noche que vivimos, llena de alabanza, de reflexión, de disposición por recibir la plenitud de la promesa que hizo Dios a los hombres de enviar el Espíritu Santo, que nos acompañaría en la difícil tarea de vivir la vida conforme la voluntad de Dios.
Si bien es cierto que no conocemos muy bien esta persona de la Trinidad, es tan significativo su accionar que es el mismo Dios quien actúa por él, dirigiendo, orientando nuestra vida, la vida de la iglesia, y es necesario acudir a su auxilio, a su obrar en bien de las almas, justo cuando estamos pasando por esta noche oscura, en todos los sentidos, espiritual, económico, político, familiar, donde se ven vulnerados los derechos, las opiniones y hasta el mismo ser con la naturaleza, hace un mes estábamos pidiendo a gritos agua, ahora pedimos que pare la lluvia, ¿Quién nos entiende? .
Dios asumió la naturaleza humana y se digno nacer de una mujer y de paso nos hizo participes de su divinidad. La historia quedo estupefacta cuando Jesús se convirtió en protagonista de ella, él mismo se convirtió en Hostia cuando el verbo tomo carne de una mujer que vivía en medio de nosotros. Dios se hizo hombre por obra del Espíritu Santo, el verbo se hizo hijo, la inmensidad se trazo limites, el infinito se volvió finito, lo imposible se volvió posible, el inmutable se hizo dolor, la perfección cubrió el pecado, la vida se introdujo en la muerte, el amor se hizo resurrección, Jesús se convirtió en nuestro hermano. Lo que aconteció en la encarnación es tan extraordinario como para dejarnos de una pieza, el hecho como tal es tan único que justifica toda incredulidad. Y no debemos extrañarnos de que muchos hombres se sientan perplejos; deberíamos sorprendernos de lo contrario.
Se necesita valor invencible de la fe para afirmar que Dios se hizo hombre. Se necesita revelación del Padre para creer que Jesús es el Cristo de Dios. Se necesita una pequeñez de espíritu y humildad de corazón para adentrarse en tal misterio.
De esta forma Jesús se convierte para mi gracias a la acción del Espíritu Santo en sacramento, en causa de mi salvación, en cerradura del infierno, en freno de mi destrucción. Me lavó con paciencia en las aguas del bautismo; pido a diario por Filemón Bayona sacerdote Vicentino que me bautizo, me procuró un gozo exultante en la confirmación de manos de Monseñor Juan Francisco Sarasti, me alimenta a diario con el pan de su palabra. Y sobre todo me perdonó: se olvidó por completo, ni siquiera quiso que yo recordara mi pasado, cuando lleno de lagrimas empezaba a contarle algo del tiempo en que lo traicionaba, puso amorosamente su mano sobre mis labios para hacerme callar.
Anoche en medio de los cantos de alabanza, y en el silencio de las oraciones pidiendo su venida, contemplaba la hostia blanca y radiante, y me llené de su amor, renové mi amor por él que me ha amando desde siempre incluso antes de nacer ya había pensado en mí, escuchaba las reflexiones en torno a los dones, Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor me Dios. En ese silencio él me pregunto cual me gustaba más; todos le respondí, pero para mi gusto me quedo con el ultimo, El Santo temor de Dios, ese me lleva tiernamente a sus moradas, a su corazón.
Cuanta dulzura he sentí anoche en su presencia, que bien que he comprendido la razón de los santos para quedarse en contemplación ante este pan implorando, adorando y amando.
Jesús es la sonrisa del padre, el centro del universo y de la historia, Jesús es nuestra salvación, el sol de lo invisible, el fuego inextinguible del amor, el aliento de los ángeles, el santo de Dios, el adorador perfecto, el sacerdote eterno, el rey de los siglos, para la gloria de Dios y salvación de nuestras almas.