Visita del congreso al CMJ una Brecha Invisible:

Reflexiones sobre la Participación Democrática y la Violencia Simbólica.

Dahian Garcia Covaleda/ Consejera Municipal de Juventudes

Recuerdo con claridad el día en que, en el consejo de juventud, tuvimos la visita de dos representantes a la Cámara: Delcy Izasa, del Partido Conservador, y Martha Alfonso, del Partido Verde. Fue un encuentro que se pensaba sería una oportunidad para exponer nuestras ideas y preguntar, quizá, sobre el futuro de la política en nuestra nación. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que la situación se tornaría en algo muy distinto a lo que habíamos anticipado.

Como jóvenes consejeros, estábamos preparados para “lucirnos” con nuestros conocimientos y opiniones. Creíamos tener un entendimiento adecuado sobre el funcionamiento del sistema político y del Congreso, convencidos de que, al fin y al cabo, nosotros, como jóvenes involucrados en la política, estábamos al tanto de los temas que se debatían. Pero la realidad, nos demostró lo contrario: nuestras intervenciones se convirtieron en una serie de interrogantes ante una estructura legislativa que no comprendíamos en su totalidad.

Delcy Izasa y Martha Alfonso, con una vasta experiencia en el Congreso, nos ofrecieron lo que bien podría describirse como una clase magistral. Nos explicaron, con calma y profesionalismo, los pormenores de la estructura de un proyecto de ley y el proceso legislativo. En ese momento entendimos que no solo carecíamos de una visión clara sobre cómo funciona este sistema, sino que nuestra confusión se debía a un nivel de tecnicismo tan alto y especializado, que incluso la comprensión básica de un proyecto de ley parecía inalcanzable. No sabíamos de qué estábamos hablando y eso, en un espacio democrático, es algo bastante revelador.

Lo que ocurrió en ese encuentro no es una anécdota aislada, sino una representación de lo que muchos de nosotros vivimos dentro de la política: la complejidad del sistema y la falta de acceso a la información o más bien, el acceso limitado a ella, constituyen una barrera invisible para la participación democrática real. Al final, lo que nos quedó claro es que el proceso legislativo es tan intrincado y técnico, que se convierte en una especie de campo vedado para aquellos que no han tenido la oportunidad de estudiar o entender a fondo cómo funciona.

Aquí entra en juego el concepto de violencia simbólica, que Pierre Bourdieu desarrolló para describir el proceso por el cual ciertos grupos de poder imponen sus normas, valores y estructuras de conocimiento, marginalizando a aquellos que no tienen acceso a estos códigos. En nuestro caso, como jóvenes deseosos de participar activamente en la política, pero con herramientas limitadas, la estructura del Congreso y el lenguaje técnico que lo acompaña funcionan como un muro que nos excluye de un verdadero entendimiento y participación. La violencia simbólica no es necesariamente física, sino que se manifiesta en la imposición de una jerarquía del conocimiento, donde aquellos que no dominan los códigos y las estructuras del poder quedan relegados.

Este fenómeno no solo es común en el ámbito legislativo, sino que se extiende a muchas áreas de la participación democrática. La falta de formación y la complejidad de los procedimientos legislativos no solo impide la verdadera inclusión, sino que también crea una sensación de desarraigo y desconexión con los procesos políticos. Para que la democracia sea efectiva, no basta con que los ciudadanos puedan votar o expresarse; también deben tener acceso al conocimiento necesario para comprender las estructuras que rigen sus decisiones.

El encuentro con las representantes Delcy Izasa y Martha Alfonso nos dejó una tarea pendiente: entender cómo se estructura un proyecto de ley. Y es una tarea urgente. Porque, si de verdad queremos formar parte activa de la democracia, debemos empezar por comprender los mecanismos que hacen posible la creación de leyes, las cuales afectan directamente nuestras vidas.

Es fundamental que los espacios de participación, como el Consejo de Juventud, sirvan también para democratizar el conocimiento político. La brecha que existe entre el lenguaje técnico del Congreso y el ciudadano común no es solo un obstáculo, sino una barrera de exclusión que aleja a la población de las decisiones que afectan su futuro. Y mientras esa brecha persista, la violencia simbólica seguirá operando de forma sutil pero contundente, privándonos del acceso a una comprensión plena de los procesos que nos rigen.

Para avanzar hacia una democracia genuina, no basta con participar; debemos también tener las herramientas necesarias para comprender y transformar las estructuras de poder. El primer paso, en nuestro caso, fue reconocer nuestra ignorancia y decidir aprender, pero no todos tienen esa oportunidad. El reto está en construir espacios accesibles, donde el conocimiento y el poder no sean un lujo de pocos, sino una herramienta para todos. Solo así podremos pensar en una democracia realmente participativa.